viernes, 13 de agosto de 2010

ESCRITO PARA MOLESTAR.

Hay cosas que, como en los mercadillos de segunda mano, están ahí, aguardándonos entre un revoltijo de cacharros, ropas viejas, baratijas, muebles usados, cuadros mal pintados… Es como si nos estuvieran destinadas y nadie más pudiera verlas. Creo recordar que no tenía aun catorce años, cuando, no se cómo, cayó en mis manos este pequeño cuento sufí, que luego me ha ido acompañando por la vida como un espejo que alguien hubiera puesto entre mis manos para que pudiera contemplarla de antemano. El cuento, por supuesto, lo perdí; o quizás, el libro en el que lo leí era prestado; pero decía así:

“Iba volando Dios por los espacios infinitos con todo su coro de ángeles, y creó El Mundo.
Y el noventa y nueve por ciento de los ángeles que iban con Dios, vieron El Mundo, se prendaron de él, y se quedaron a vivir en él,
Y Dios siguió volando con los ángeles que le restaban, y creó El Cielo.
Y el noventa y nueve por ciento de los ángeles que quedaban con Dios, vieron El Cielo, y se prendaron de él, y se quedaron a vivir en él.
Y Dios siguió volando con los ángeles que le restaban, y creó El Infierno.
Y el noventa y nueve por ciento de los ángeles que quedaban con Dios, vieron El Infierno…, y huyeron despavoridos.
Y luego, Dios siguió volando con los ángeles que aún le restaban.”
(Si alguien esta interesado en sacar los diferentes porcentajes sobre el conjunto de la población humana, al final, se llevará una sorpresa).

Religión, por si alguno no lo sabe, proviene del latín “religare”, unir de nuevo. He leído en un par de ocasiones algún que otro comentario sobre la manera adecuada de interpretar el significado de este término y, aunque todas se aproximan de una u otra manera, cada cual descartaba del contexto de dicho significado aquella parte que, de una manera sectorialmente posicionada, le resultaba más incómoda. Para mí, sólo hay una posible manera de entenderlo: Unir nuestra naturaleza animal a nuestra naturaleza espiritual; y que conste que el intelecto, la razón, los sentimientos..., sólo los considero partes, o sentidos, inherentes al grado de evolución que hemos alcanzado como especie.
No voy a entrar en la polémica de si existe o no existe Dios; cuando he tenido que significarme sobre el asunto, lo que ya es suficientemente bochornoso, lo he hecho declarándome un gnóstico agnóstico; que es algo así como decir que no creo en él, pero que ando con él. Es impensable que nuestra mente pueda idear o diseñar una sola imagen de algo o alguien  a lo que podamos llamar, con el más remoto sentido de la propiedad, Dios; sería como pretender dibujarnos el perfil de la mano con la uña de un dedo, sólo que a escala inmensurable. La descripción más acertada que he escuchado, si con alguna hay que quedarse, proviene, creo, de alguna de las escuelas teosóficas: “Dios es aquello cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”. Para concluir; puede haber hombres creyentes, hombres devotos, incluso jeranquías eclesiásticas y hombres místicos; pero sólo hay un "hombre religioso"; aquel que ha unido su ser a eso que, en el empeño de tener al menos alguna manera de llamarlo, le pusimos por nombre el término de Dios.
Bueno, pues todo este discurso sin sentido viene a cuento de un cierto retortijón que se produce en los infiernos que uno lleva adentro, cada vez que escucha o lee a cierto tipo de maestros, gurús y demás ralea de eclesiásticos expertos, perorar tan doctamente sobre aquello que sólo hay una posible manera de llegar a conocer, pasar por esos tres mundos de mi cuento, que nada saben de credos, devociones o místicas ignorancias
El otro día leía en alguna parte: “La fe proviene del conocimiento”: Gnosis. He visto a tantos hombres solitarios -sin maestros, ni ashrams, ni gurús, ni meditaciones trascendentales, sin siquiera un Dios al que seguir o en el que creer- ir cayendo en esta enamorada búsqueda. Les he visto derrumbarse, y levantarse y volver a caer; huir presas del pánico..., y regresar, para enfrentarse a él y seguir caminando. Les he visto desfallecer, ser arrastrados al desastre, a la marginación, a la tranquilizadora injuria de las clínicas psiquiátricas…; siempre fieles; siempre enamorados. Y todo, para intentar alcanzar ese imposible que preña de luz por un instante eterno y para siempre el interior de nuestras almas. Tal vez sería mejor callar; pero cómo hacerlo al acordarse de ellos.
A uno, se le revuelven las tripas del infierno oyendo hablar a cierto tipo de gurús y maestros.

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