sábado, 7 de agosto de 2010

TAO.

El koan del laurel, le fue legado a los viajeros de los tiempos para ponerles sobre aviso de la incurable enfermedad de la que mueren las cosas eternas. Cuando Basó se instaló en los bosques de Tian She para dedicarse a esas tareas en las que suelen ocupar su tiempo aquellos hombres que han sido iluminados; esto es, levantarse por la mañana, visitar el retrete, realizar sus abluciones matinales, poner al fuego la tetera, lavar después la taza...; lo que, aunque a alguno le sorprenda, le bastaba para vivir en paz consigo mismo y con el resto de las criaturas que anidan la existencia, recibió la visita de unos monjes conventuales, que, a pesar de su repulsa a los anacoretas -cosa que Basó ignoraba que lo fuera-, habían oído hablar de su esclarecida santidad y no querían perderse por estrechez mental la oportunidad de recibir las enseñanzas de un iluminado. Basó -que, en su ensimismada entrega la inmediatez de los instantes, incluso había olvidado esta particularidad de su carácter-, se extrañó de sus cortesías y sus reverencias; pero, entendiendo que cada cual es libre de hacer como le dé la gana, les dio los buenos días, y tras de recoger un puñado de cenizas de los rescoldos de la hoguera, se dirigió a la orilla del torrente para lavar su camiseta, que había manchado el día anterior con salsa de tomate. Los avisados monjes, advirtiendo la lección de humildad que Basó les estaba dispensando, corrieron al torrente, se despojaron de las suyas -que habían sido ya planchadas y perfumadas con espliego aquella misma mañana por los hermanos menores de la orden-, y se apresuraron a imitarle. Ciertamente, Basó quedó maravillado de su extremada pulcritud; pero concluyó que cada cual tiene derecho a ser como le dé la gana y, tras tender la suya al sol, se sentó bajo las ramas de un laurel a no hacer nada. Viendo que había entrado en estado de samadhi, y aún a riesgo de importunarle en su espiritual diálogo con los espíritus de aquellos otros arahats desencarnados, los monjes se aproximaron hasta el lugar en el que se encontraba, y le demandaron:
_ Maestro, ¿qué es el Tao?
Realmente -y a pesar del derecho que cada cual tenga a ser como le dé la gana-, hay gente cargante en este mundo. A esa hora del día, mediado el mes de agosto, cuando los pájaros se derrumbaban en pleno vuelo, licuados sus pequeños cerebros por el sofocante calor de la canícula del verano, si te ha sido deparada la ventura de no tener nada que hacer bajo las ramas de un laurel y acaricia tu piel la suave brisa que llega del torrente, Tao es, sin duda alguna, la sombra del árbol aquel bajo el que estás sentado, y Basó así lo expuso.
Sucedió que, al día siguiente, el inspirado maestro hubo de dirigirse a la vecina aldea de Showen, para hacerse con algunas provisiones de té, arroz, azúcar, media libra de harina de centeno, unas legumbres secas, dos o tres puñados de raíces de jengibre, y un cuartillo de aquellos pastelitos almendrados que hacía la mujer del herrero y que a Basó, goloso como era, le sabían a gloria. Entre el viaje de ida, el de vuelta y un par de jornadas que perdió tonteando mariposas, charlando con los zorros, y recogiendo bayas y pequeñas manzanitas silvestres, cuando alcanzó de nuevo su refugio en el bosque de Tian She, habían transcurrido cuatro días y, en su ausencia, los monjes habían erigido un templete en torno al sagrado árbol del Tao, por ver de preservarlo del sol, el viento y los insectos para las generaciones venideras.
Al contemplarlo, Basó abrió su boca para dejarle paso a un batallón de moscas, y exclamó:
_ ¡Pero, decidme; ¿dónde está ahora la sombra del laurel bajo el techo del templo?!
Y este es el koan que, desde entonces, le vienen formulando los eruditos monjes de la orden a aquellos postulantes que se aproximan al bosque de Tian She, para ser iniciados en la senda del Tao: “¿Dónde está la sombra del laurel bajo el techo del templo?”.
        Entretanto, Basó se ha hecho mudar unos kilómetros torrente abajo, y ahora lava sus camisetas al lado de un cerezo.

(de mi "Libro de rutas para viajeros sin destino". Ediciones Obelisco.)

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