domingo, 25 de julio de 2010

LA REALIDAD:

La realidad, es como el pozo que hay a la entrada de Sidi abd l`Kebir; todos beben de él, y sin embargo, hay quienes aseguran que no existe. El pozo, que en realidad no existe, es anterior a la fundación de la ciudad.
Cuando Leno el Imparable -uno de aquellos legendarios viajeros que pretendieron franquear el confín del horizonte- , atravesó las ardientes arenas del desierto, fue sorprendido por la visión de un anciano, que surgió de entre las dunas con las manos tendidas implorándole un poco de agua. Leno, que llevaba caminando desde siempre por el mundo sin apenas reparar en la común necesidad de beber, miró al anciano consternado y le tendió sus manos abiertas, para mostrárselas igualmente vacías. En este gesto común, le fue dado entender que el anciano y él eran uno sólo, mirándose a través del espejismo del tiempo; y apesadumbrado por la desatención de la vida hacia las penalidades de sus caminantes, derramó una lágrima sin sal, que le bajó rodando una lenta arruga de rabia por el rostro, cayó al suelo y se enterró en la arena, abriendo en medio del desierto la ilusión de un pozo en el que se habrían de saciar en adelante cuantos viajeros cruzaran por aquel lugar.
El desierto, usó de toda la paciencia atesorada durante miles y miles de años de imperturbable anonimato, para destruir el espejismo del pozo Leno, y preservar así su paz y su silencio.
Nunca lo logró. Pasados unos meses, el lugar comenzó a verdear de yuyos y palmeras; y de seguida acudieron a albergarse entre la acogedora penumbra de sus ramas enjambres de cocuyos, furtivos alacranes, halcones peregrinos, camadas de mangostas y jerbos saltarines, chacales, reptiles, tejones, gacelas...; un par de viejos leones destronados, y hasta algún que otro anacoreta. Más tarde, alertadas por la tenue humedad de esas ventiscas que trasportan las noticias por los remotos confines del desierto, se aventuraron por las arenas en su busca dos o tres depauperadas cabilas de pastores bereberes, por ver de hallar algún perdido oasis en el que poder sobrevivir con sus rebaños. Llegaron tribus nómadas, guías cansados de conducir caravanas de acá para allá, mercenarios a los que nunca había sonreído la fortuna, huidos de la justicia, peregrinas del amor y de las camas, soñadores sin patria... Y, con el tiempo, el lugar se convirtió en lo que es hoy la ciudad de Sidi abd l’Kebir.
Todas sus gentes se abastecen ahora del pozo de dolor de Leno el Imparable; y sus aguas, nunca se agotan. Y sin embargo, de cuando en cuando, algún recién llegado se obstina en no ver brocal alguno delante de sus puertas. Ve el interminable trasiego de las mujeres, yendo y viniendo con los cántaros en la cabeza; ve como los descuelgan con cuerdas que se quedan ovilladas sobre el suelo; y luego, las ve tirar de ellas y volverse a sus casas con los cántaros vacíos. Compadecido de la locura de estas gentes, se olvida de beber y sigue su camino.
Quizá también él sea, como Leno el Imparable, uno de esos viajeros destinados a crear pozos que, en realidad, no existen.

(de mi "Libro de rutas para viajeros sin destino". Ediciones Obelisco).

1 comentario:

Haideé Iglesias dijo...

Si, Moncho, muchos pierden su visión del alma una vez que comienzan a usar la razón para todo. Los milagros tan sólo pueden ser vistos, sentidos y disfrutados con los ojos del alma :)
Pero Moncho, esto no casa con el comentario que has dejado en la entrada sobre la compasión :)
Un abrazo con mucho cariño .)